Fredy Rodríguez Canales y Antonieta del Pilar Uriol
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Muchas de las conductas de pasividad por falta de autoanálisis y autocrítica son aprendidas
desde temprana edad a través de la imitación de los modelos presentes en el entorno social y
familiar que los rodea. Bandura (1987) denomina también a este fenómeno como el aprendizaje
vicario. Las personas desde la temprana edad van adquiriendo hábitos y costumbres que
determinarán su forma de pensar y actuar, lo que se manifestará en el hogar, la escuela, el centro
laboral, el barrio y en todo entorno social con el que se vinculen. Desde la resiliencia, resulta
favorable que las personas sean auto analíticas y accedan a la autocrítica para tomar conciencia
de sus estilos de vida, hábitos, costumbres o patrones de comportamiento.
En muchos pueblos sumidos en la pobreza es posible apreciar que la autocrítica está mermada,
pues, por ejemplo, se sobrevalora o se hace apología a expresiones culturales riesgosas para el
bienestar y la salud, y que incluso atentan a los derechos fundamentales y la dignidad de las
personas. Estas expresiones se materializan en contenidos de índole machista que denotan
misoginia o desprecio a la mujer e incluso agresión contra ellas; promueven el consumo
desmedido de licor “hasta las últimas consecuencias”; alientan actitudes y prácticas
sanguinarias contra animales, juegos violentos o rituales de riesgo. En todas estas expresiones,
se denota una absoluta carencia de autocrítica y autoanálisis, lo cual impide tomar conciencia
de que se trata de prácticas peligrosas y dañinas; y, más bien se las considera como costumbres
merecedoras de ser revaloradas y difundidas.
Ante las adversidades, los procesos educativos deben estar enfocados en valorar y cultivar en
las personas y colectividades la actitud autocrítica, y así reconocer las potencialidades
inherentes a todo ser humano. La importancia de una actitud autocrítica radica en que
favorecerá a las personas a ser propositivos e involucrarse en la búsqueda de soluciones a sus
problemas, y a partir de ello, los sistemas educativos podrán formar a los individuos en la
autodeterminación lo que les permitirá desarrollar competencias para tomar decisiones en un
ejercicio pleno de sus deberes, derechos y responsabilidades.
Autonomía: La capacidad de autonomía es la disposición de los individuos para actuar
priorizando aquello que es más conveniente para cumplir sus objetivos, afrontando
responsablemente las consecuencias de sus actos. Esta cualidad implica independencia en la
toma de decisiones como consecuencia de un acto de reflexión, define el grado en que las
personas, de modo consciente, voluntario y deliberado, realizan sus acciones (Carratalá, 2004).
El resultado final de esta decisión serán los sentimientos de satisfacción o culpabilidad que son
importantes y necesarios para la resiliencia, a fin de que las personas se empoderen en el
ejercicio pleno de sus deberes y derechos.
Vista así la autonomía, serán ventajosas todas aquellas estrategias, políticas públicas y
programas de desarrollo económico y social que induzcan a que sean las personas las
constructoras de su propio destino. Esto es particularmente importante para las personas en
situación de pobreza, para evitar que se conviertan en simples “beneficiarios” de programas
asistenciales, los cuales pueden convertirlos en simples dependientes y receptores de dádivas
que los harán proclives al clientelismo político.
Interacción social cordial y empática: Las investigaciones en el ámbito de la inteligencia
emocional y social (Goleman, 2020) establecen que las personas con mayores perspectivas de
solucionar sus problemas y alcanzar el éxito no son necesariamente aquellas que cuentan con
los coeficientes intelectuales más altos; sino más bien quienes, de manera permanente y
espontánea, muestran voluntad y disponibilidad positiva para el trabajo en equipo, mantienen
relaciones interpersonales constructivas más estables y duraderas, son espontáneos en la
expresión de sentimientos de afecto, tienen mejor adaptación al cambio, ejercen liderazgo
constructivo y son capaces de manejar los conflictos en un marco de comunicación asertiva, y
que, en su interrelación con los otros, son empáticos y escuchan el punto de vista ajeno, aunque